5. ANVERSO Y REVERSO


Era una mujer original y solitaria. Mantenía un estrecho trato con los espíritus, apoyaba sus disputas y se negaba a ver a ciertas personas de su familia, mal consideradas en el mundo en que ella se refugiaba.
Le vino una pequeña herencia procedente de su hermana. Estos cinco mil francos, llegados al final de una vida, le fueron bastante molestos. Porque había que colocarlos. Si casi todos los hombres son capaces de servirse de una gran fortuna, la dificultad empieza cuando la suma es pequeña. Esta mujer permaneció fiel a sí misma. Próxima a la muerte, quiso proteger sus viejos huesos. Se le ofrecía una verdadera ocasión. En el cementerio de su ciudad, acababa de expirar una concesión y, sobre este terreno, los propietarios habían erigido un suntuoso sepulcro con cripta, sobrio de líneas, en mármol negro, en una palabra un verdadero tesoro, que le dejaban por la suma de cuatro mil francos. Se compró la sepultura. Era un valor seguro, al abrigo de las fluctuaciones de bolsa y de los acontecimientos políticos. Hizo arreglar la fosa interior, la tuvo a punto para recibir su propio cuerpo. Y, cuando terminaron, hizo grabar su nombre con letras capitales de oro.
Este asunto la puso tan contenta que se enamoró con verdadero amor de su tumba. Al principio venía a ver cómo adelantaban los trabajos. Acabó por visitarse todos los domingos por la tarde. Fue su única salida y su única distracción. Hacia las dos de la tarde, recorría el largo trayecto que la llevaba a las puertas de la ciudad donde estaba el cementerio. Entraba en la cripta de la sepultura, volvía a cerrar con cuidado la puerta y se arrodillaba en el reclinatorio. Así es como, puesta en presencia de sí misma, confrontando lo que era y lo que debía ser, volviendo a encontrar el eslabón de una cadena siempre rota, penetró sin esfuerzo los designios de la Providencia. Por un símbolo singular, comprendió incluso un día que estaba muerta a los ojos del mundo. El día de Todos los Santos, llegada más tarde que de costumbre, encontró la cancela de la puerta piadosamente adornada con violetas. Con una atención delicada, unos desconocidos, compadecidos ante esta tumba dejada sin flores, habían repartido las suyas y honrado la memoria de este muerto abandonado a sí mismo.
Y he aquí que vuelvo sobre estas cosas. De este jardín al otro lado de la ventana no veo más que las paredes. Y un poco de follaje por donde se filtra la luz. Más arriba, hay más follaje. Más arriba, hay sol. Pero de toda esta fiesta del aire que se siente fuera, de toda esta alegría extendida por el mundo, yo no percibo más que las sombras de la enramada que juegan en mis visillos. Cinco rayos de sol también que vierten pacientemente en la habitación un perfume de hierbas secas. Una brisa, y las sombras se animan en el visillo. Que una nube cubra y después descubra el sol, y de la sombra emerge el amarillo brillante de este tiesto de mimosas. Es suficiente: un sólo resplandor naciente, y heme aquí lleno de una alegría confusa y aturdidora. Es una tarde de enero la que me pone así frente al reverso del mundo. Pero el frío continúa en el fondo del aire. Por todas partes una película de sol que se partiría con la uña, pero que viste todas las cosas con una sonrisa eterna. ¿Quién soy y qué puedo hacer, sino entrar en el juego de los follajes y de la luz? Ser este rayo en que se consume mi cigarrillo, esta suavidad y esta pasión discreta que respira en el aire. Si trato de alcanzarme es completamente al fondo de esta luz. Y si intento comprender y saborear este delicado sabor que entrega el secreto del mundo, es a mí mismo a quien encuentro en el fondo del universo. Yo mismo, es decir esta emoción suma que me libera del decorado.
Hace un momento, otras cosas, los hombres y las tumbas que compran. Pero dejadme que recorte este minuto en la tela del tiempo. Otros dejan una flor entre unas páginas, encerrando allí un paseo en que les ha rozado el amor. Yo, también, me paseo, pero es un dios quien me acaricia. La vida es corta y es pecado perder el tiempo. Dicen que yo soy activo. Pero ser activo, es también perder el tiempo, en la medida en que se pierde uno. Hoy es un alto en el camino, y mi corazón va al encuentro consigo mismo. Si todavía me aprieta una angustia, es el sentir deslizarse este impalpable instante entre mis dedos como las gotas de mercurio. Dejad pues a los que quieren volver las espaldas al mundo. Yo no me quejo puesto que me contemplo nacer. En esta hora, todo mi reino es de este mundo. Este sol y estas sombras, este calor y este frío que vienen del fondo del aire: voy a preguntarme si algo muere y si los hombres sufren puesto que todo está escrito en esta ventana donde el cielo vuelca su plenitud al encuentro de mi compasión. Puedo decir y diré en seguida que lo que cuenta es ser humano y sencillo. No; lo que cuenta, es ser verdadero y entonces todo se incluye en eso, la humanidad y la sencillez. ¿Y cuándo soy más verdadero que cuando soy el mundo? Estoy saciado antes de haber deseado. La eternidad está ahí y yo la esperaba. Ya no es ser feliz lo que deseo ahora, sino solamente ser consciente.
Un hombre contempla y otro cava su tumba: ¿cómo separarlos? ¿Los hombres y su absurdidad? Pero he aquí la sonrisa del cielo. ¿La luz aumenta y es pronto verano? Pero he aquí los ojos y la voz de los que hay que amar. Pertenezco al mundo por todos mis gestos, a los hombres por toda mi compasión y mi reconocimiento. Entre este anverso y este reverso del mundo, yo no quiero elegir, no me gusta que se elija. La gente no quiere que se sea lúcido e irónico. Dicen: “Eso prueba que usted no es bueno.” Yo no veo la relación. Ciertamente, si oigo a uno decir que es inmoralista, traduzco que necesita darse una moral; si otro dice que desprecia la inteligencia, comprendo que no puede soportar sus dudas. Pero porque no me gusta que se haga trampa. La gran valentía, sigue siendo la de tener abiertos los ojos a la luz como se los tiene a la muerte. Por lo demás, ¿cómo decir cuál es el lazo que lleva desde este amor devorador de la vida a esta desesperanza secreta? Si escucho a la ironía(*), agazapada en el fondo de las cosas, se descubre lentamente. Guiñando su ojo pequeño y claro: “Vivid como si...”, dice ella. A pesar de muchas investigaciones, ésa es toda mi ciencia.
Después de todo, no estoy seguro de tener razón. Pero no es eso lo importante si pienso en esta mujer cuya historia me contaron. A punto de morir su hija la amortajó estando todavía viva. Parece en efecto que la cosa resulta más fácil cuando los miembros no están rígidos. Pero es curioso a pesar de todo ver que vivimos entre gente que tiene tanta prisa.


(*) Esta garantía de libertad, de que habla Barrès.